Querías que te diesen una oportunidad y yo habría puesto las
dos manos y el resto del cuerpo en el fuego por cualquiera de tus suspiros.
Pero el tiempo me arrebató la mentira en la que me
acostumbré a vivir.
Nos bebimos los miedos a base de decisiones precipitadas, y
al final el miedo tenía la mano que ninguno iba a ganar. Y esta vez, no
guardábamos ningún as en la manga.
Sé que has conseguido algún sueño para poder ser brillante y
vivir grandes experiencias. Sé que la estabilidad ha llegado al sitio al que
más falta le hacía, y no hay otra cosa que me saque una sonrisa en un día como
este.
Es un descanso que las heridas dejen de sangrar y queden las
cicatrices que enseñamos como anécdotas humorísticas de lo que un día fue una
caída, un golpe.
Y que sonriamos al pensar “Eso ya pasó”. Ya no tendremos que
salvar distancias, y no sé si lo digo rebosante de alegría o si aún vierto
nostalgia en cada puto verso.
He contenido lágrimas, aunque nunca me sentí débil por
llorar. Y no he llorado tanto como debería y no me malinterpretes, no me gusta
llorar, pero he reído más de la cuenta. Al fin y al cabo hay corazas (casi)
impenetrables o quizá (demasiado) rotas.
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Fui la botella que rompiste en el bar para poder comenzar
una nueva vida, y en mis manos sujeto tus palabras que me queman y me rompen en
pedazos. Y todo lo que intenté ser para que te sintieses libre no fue
suficiente.
Te he enterrado en todos los sitios en los que he estado y
muchas veces has acabado por aparecer en mis manos temblorosas.
La verdad es que hay ciertas oportunidades y elecciones que
simplemente debes apartar.
Y es que, no se puede aplastar el alma fundida, no puedes
ahuyentar el vacío.
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