Explotamos sonrisas llenas de
lágrimas.
Reímos frases que no tienen ni
puta gracia.
Y no tenemos ni puta idea de por
qué lo hacemos, pero el caso es que funciona.
Llenamos de autodefensa nuestros
argumentos.
Y no hacemos más que empaparnos con pretextos.
Y también con evidencias.
Evidencias que no resultan tan
certeras cuando luchan contra el corazón.
Ese que todo lo desmorona. Ese que
derriba hasta los miedos.
Y a la mierda con los discursos de
autoengaño.
Autoengaño: el arma de mi propia guerra.
El fusil más fuerte del combate.
El escudo más difícil de romper.
Y es que a veces hay oportunidades y
decisiones que hay que dejar atrás.
Es mejor una retirada a tiempo que
una guerra que va a ser imposible de ganar.
Que una guerra que ocasionará
destrozos incurables.
Y llenará de sangre hasta las
sonrisas más sinceras.
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